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Déjese querer

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Desde que fui ordenado obispo de San Pedro Sula hasta hoy, me he sentido muy querido por este pueblo. Y esto no es mérito mío, es gracia que recibo, es mérito y valor de los fieles católicos. Como castellano-serrano era un poco seco y frío en las expresiones afectivas. Y la gente me decía: “Monseñor, déjese querer”. Y me he dejado querer y he aprendido a querer, a decirlo y expresarlo al modo y manera hondureño. La gente comenta: “no solo queremos verlo y oírlo, queremos tocarlo”. Se dice varias veces  en los evangelios que Jesús “tocaba” a los enfermos, que la gente lo rodeaba hasta estrujarlo y querían tocar aunque fuera la orla de su manto. “Tocar” significa cercanía, inmediatez, confianza. ¡Cuántos besos y abrazos habré dado y recibido! No quiero ser un obispo distante, separado, “intocable”. Quiero ser cercano, sencillo, amigo, como Jesús.

Y soy feliz cuando estoy con la gente, cuando visito las comunidades, cuando comparto La Palabra  y las palabras, el Pan de vida y las tortillas de maíz, la paz del Señor y el abrazo fraterno. Cuando llegué de obispo, un periodista preguntó a Doña Toñita, una ancianita que me conoció en los años 70: “¿Qué le gusta al nuevo obispo?” “Le gustan los frijolitos fritos y las tortillas calentitas”, fué su respuesta. Así es. Todos saben que no me gusta “el pan cuadrado”, de molde.  Cuando voy a las zonas rurales me ponen para comer un buen rimero de tortillas (de las tortillas de masa de maíz, no de las tortillas españolas de huevo y patata).

En esta relación cercana, humana y divina he vivido experiencias hermosísimas. Como la de aquel ancianito en el Hogar de ancianos pobres de Puerto Cortés, atendido por las Hijas de la Caridad. Se llamaba Ángel, como yo, estaba tumbado en su hamaca. Me senté a su lado. Me tomó las manos, platicamos. ¿Qué sentiría que al final dijo: “ya puedo morir en paz”?

En el “Hogar Don de Jesús”, que cuidan las Hermanas de de la Caridad de Madre Teresa, visitaba a los enfermos de sida que ya no podían levantarse. Me acompaña la hermana.  Nos detenemos ante una cama. La señora se incorpora. Un rostro surcado de arrugas pero de una serenidad y belleza admirables. Le impongo las manos, rezamos, la acaricio, la beso. Al día siguiente, la hermana me informa: “La señora ha muerto. Cuando usted se marchó me dijo: “hermana, es Jesús quien me ha tocado”.

+ Ángel Garachana Pérez, CMF
Obispo de San Pedro Sula

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