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Despedidas (in)visibles

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LAURA MARTÍN MONTALBÁN | El pasado martes nos llegaba la noticia del fallecimiento de Domingo. Para la gran mayoría de las personas de nuestro entorno quedará en el recuerdo como aquel hombre que estaba pidiendo a la puerta de la parroquia Ntra. Sra. Del Espino durante buena parte de estos últimos años. Si querías encontrarle, solo había que buscar en el mismo espacio y a las mismas horas. Era fiel cumplidor en su puesto y también el que tenía la mejor respuesta para la típica pregunta de parroquia: “¿a qué hora son las misas?”.

Domingo era capaz de llamar nuestra atención con alguna palabra o frase para preguntar, a su forma, cómo había ido la semana. Además, tenía un talento especial para detectar cuando un feligrés llevaba sin aparecer más de lo debido, llegando a mostrar verdadera preocupación por aquella asistencia intermitente.

Quizás, esta pequeña descripción de su simple -pero a la vez, compleja- forma de “trabajar” en la parroquia, valdría para hacerse una idea de quién era Domingo. Y quizás podamos darnos cuenta de que Domingo, a pesar de vivir en una situación de marginalidad o exclusión, era capaz de ser punto de acogida para todos aquellos que formamos parte de esta comunidad parroquial.

Quiero que estas líneas sirvan como agradecimiento al tiempo que compartimos. En el recuerdo quedarán nuestras largas conversaciones antes o después de las eucaristías, de las reuniones de grupos, de los encuentros de la capellanía. También aquellos saludos cuando cualquiera de nosotros pasaba por la puerta de la parroquia para ir a cumplir con los quehaceres diarios.

Será imposible olvidar su gran ayuda cuando se le necesitaba. Por ejemplo, cuando el año pasado ayudó a abrir caminos tras el paso de la borrasca Filomena. O aquellas otras ocasiones, en lo peor de la pandemia, cuando se sucedieron distintas recogidas de alimentos y él nos echaba una mano descargando la furgoneta. Acciones sencillas y que generalmente pasan desapercibidas, pero que contribuyen a construir Iglesia.

Gracias, Domingo, por formar parte de esta comunidad parroquial. Por enseñarnos que todos tenemos algo que aportar a los demás y, por tanto, somos merecedores de tener visibilidad en medio de la sociedad. Por ser ejemplo de que el valor de las personas se descubre en la interacción, en el conocer y en el compartir.

Nos acostumbramos muy rápido a tus ‘hasta luego’ tras cada salida de misa, pero hoy somos nosotros quienes tenemos que despedirnos de ti. Y lo hacemos con la pena de una comunidad que se siente parte de tu familia. Parafraseando el famoso poema de Pedro Casaldáliga, ahora que has llegado al final del camino, cuando te pregunten si has vivido o has amado, tú abrirás tu corazón lleno de los nombres. Y de entre todos ellos, saldrán muchos de los nuestros, de los de tu comunidad del Espino, a las que acogías y despedías de forma visible, sin hacer distinciones, solamente con la buena intención (consciente o no) de ser presencia de Dios en medio de nuestra comunidad.

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