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¡Alégrate!: Encomiendas que anuncian amor universal e incondicional

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Alégrate es la primera palabra que pudimos escuchar en el Evangelio del IV Domingo de Adviento, y la primera que recibe quien es llamado para una misión o encomienda en la Iglesia. Este pasado fin de semana, en el que resplandecía María como modelo de la Iglesia que cree, que acoge y que se pone al servicio del plan de salvación, el Pueblo de Dios se llenaba de júbilo con los misioneros Jorge Ruiz Aragoneses, que ayer pidió ser ordenado diácono, y Mons. Luis Ángel de las Heras, que un día antes, el sábado 19, accedió a la cátedra episcopal de la diócesis de León. En la catedral legionense se pudo oír desde primerísima hora con la monición de entrada, el resumen de lo que fue el sentir de los fieles. “Esta Iglesia particular se llena de alegría porque recibe a su nuevo pastor, a quien acogemos llenos de ilusión y de esperanza”.

La alegría es don y es fruto. Es contagiosa y expansiva. Lo dicho a María por el ángel Gabriel se puede aplicar a cada uno de los llamados, que han respondido con un corazón humilde y obediente, mostrando su plena disposición a recrear el mundo. Se aplica a Jorge desde su deseo de configurarse con Cristo servidor, en la misma fecha en la que hace 186 años fue también ordenado diácono san Antonio María Claret. Feliz coincidencia para recibir el Evangelio de manos del Card. Aquilino Bocos, expresión de su disponibilidad para convertir en fe viva lo en él leerá escrito. El purpurado, Hijo del Corazón de María, exhortó a Ruiz Aragoneses en su homilía a “ejercer tu ministerio profético, y a servir con alegría y generosidad”. “Clama y despierta la conciencia preguntando: ¿Dónde está tu Dios? Grita el mensaje evangélico, que es palabra vivificante y salvadora. Ora por tus hermanos e intercede ante el Señor con constancia y perseverancia. Sí, perseverancia en la oración, porque tu diaconía es mediadora e intercesora por las necesidades de las gentes”

Y a un día de por medio, en la diócesis de León, Mons. Luis Ángel de las Heras pidió, a la luz de su trayectoria misionera en el anuncio del Evangelio y a las orientaciones de la Iglesia, comenzar este nuevo envío en clave de misión “implorando que el Señor me pueda apacentar y que apaciente Él conmigo a esta Iglesia particular”. Esa prioridad misionera fue reiterada a lo largo de su homilía, al indicar que “el ‘id y anunciad’ que nos urge en nuestros días forma parte del corazón de los discípulos desde siempre”. Así, el hasta entonces prelado de la diócesis de Mondoñedo-Ferrol, quiso detenerse un momento para hacer memoria agradecida de su pertenencia a la Congregación de los Misioneros Claretianos. “Son ellos mi familia, extendida por el mundo entero, a quienes debo mi trayectoria vital y mi pasión misionera al estilo de san Antonio María Claret y de los beatos mártires claretianos”. “Una pasión que no es otra que anunciar, con ternura y verdad, la Buena Noticia de Jesús, especialmente a los pobres”. Seguidamente, De las Heras, expresó su deseo “con humildad y alegría, de querer sumarme hoy a esta esperanza y a esta voz de la Iglesia particular de León, para abajar las colinas y enderezar los senderos, de modo que cuantos peregrinamos en estas tierras podamos escuchar la Palabra del Padre y sepamos encontrarnos con la luz de Jesucristo”.

En este sentido también quiso pronunciarse Jorge Ruiz Aragoneses, en sus palabras de acción de gracias al término de la celebración: “Es verdad que este «hágase» que hoy pronuncio, este «sí, quiero», puede ser leído como una renuncia a muchos planes y a muchos proyectos. Pero es, sobre todo, una opción por un Amor más grande. Quiero que este «hágase» transforme mi poder en amor; mi libertad en obediencia y mi camino en servicio, por todos. Como en aquel Jueves Santo, donde escuché al Maestro, con fe viva y fuego, decirme: «¿entiendes lo que Yo hago? Haz tú lo mismo»”.

Palabras, de uno y de otro, que arraigan en la motivación para la constante disponibilidad, y que son a la vez horizonte de ministerios que ahora comienzan en el servicio de la caridad. Palabras que al cabo anuncian que Dios nos nacerá, y que nos recuerdan, como Claret, que nace para todo el mundo.

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