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La JMJ en los días de Cracovia

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Tras el encuentro previo en Lodz y la eucaristía de jóvenes españoles en Czestochowa, la noche del día 25 llegamos a Sucha Beskidzka, un pueblo de unos 9.000 habitantes al sur de Cracovia. Allí fuimos acogidos en la parroquia y asignados a dormir en una de las escuelas del pueblo.

Los días siguientes transcurrieron entre este pueblo y Cracovia. En la parroquia de acogida pasamos las mañanas, con un tiempo de catequesis impartida por un obispo de habla española, que finalizaba con la celebración de la eucaristía. Después, partíamos hacia Cracovia. Lo más pesado era el viaje, que en ocasiones podía superar las 2 horas de tren, muchas veces abarrotados de peregrinos.

En la ciudad sede de la JMJ participamos en los actos centrales: el martes vivimos la celebración de inicio de la JMJ en el parque Blonia, primer gran momento multitudinario; el jueves, la bienvenida al Papa Francisco; y el viernes, el Vía Crucis. Tres momentos intensos, que pudimos seguir más de cerca gracias a las pantallas gigantes, así como la traducción que se podía sintonizar en nuestras radios.

En alguno de estos días tuvimos tiempo para visitar Cracovia y disfrutar de su belleza. Una belleza exaltada en estos días por la cantidad de peregrinos que recorríamos sus calles llenándola de cantos, risas y gestos de convivencia fraterna. Gente muy variada que compartíamos una búsqueda común de Dios y su Evangelio. Un gran ambiente difícil de describir con palabras.

Y por fin llegó el fin de semana. El sábado por la mañana madrugamos para ponernos en camino hacia el Campus MIsericordiae (Campo de la Misericordia), una enorme extensión donde tendrían lugar los dos últimos grandes momentos de la JMJ: la Vigilia de oración y la Eucaristía de envío. La dureza que puso el calor y, en el retorno, la lluvia, junto con lo masificados que estaban los trenes y tranvías y las grandes distancias a caminar se vieron superadas con creces por lo que pudimos vivir en esos dos grandes momentos. A destacar en ellos los mensajes del Papa Francisco a los jóvenes, invitando a pasar del sofá a las zapatillas, buscando qué huella les pide Cristo que dejen en la historia, desde la clave de la misericordia.

Y el viaje de vuelta, por Viena: hemos podido experimentar la espléndida acogida de una de las parroquias claretianas de la ciudad. La mañana para re-cordar lo vivido, compartirlo y celebrar juntos la última eucaristía. Y la tarde, para visitar la ciudad. Un buen broche para todo lo vivido.

Resumiendo: la JMJ es una gran aventura. La que hemos vivido en estos días junto a tantos jóvenes y agentes de pastoral del mundo. Y la que se puede iniciar en cada uno de nosotros si acogiendo la luz recibida, dejamos que fluya por nosotros y nos haga luz para otros. Como María. Agradecidos de lo vivido y comprometidos con todo lo recibido. “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mateo 5, 7).

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