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Puertollano: “Todo el mundo sabe que aquí se le va a atender”

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Los tres misioneros que atienden la casa de Puertollano (Ciudad Real) responden al timbre de la puerta a más de veinte familias que llaman varias veces al día. “Hoy tenía que venir a venderte fruta, pero no puedo. Tengo que pedirte que me des algo, que me faltan muchas cosas”. Juanjo, Ramón y Jaime también los atienden cuando les llaman por teléfono o desde las ventanas que dan a la calle. Los que pueden, envían mensajes a su móvil. Los claretianos, como siempre han hecho desde que comenzaran a trabajar en el barrio del Carmen y de las Mercedes, pasan los días unidos a sus vecinos. “Todo el mundo sabe que aquí se le va a atender”, comenta Juanjo Palacios. “Esto nos recuerda mucho a la peor cara de la crisis económica que llegó en el 2011. La diferencia es que esta vez ha venido de repente”, explica el misionero, que ya lleva casi diez años al servicio de una de las poblaciones consideradas más vulnerables en Castilla La Mancha. Esa es la nueva normalidad, acostumbrarnos a todo antes de lo que pensábamos.

La cosa en Puertollano comenzó un día antes de que el Gobierno decretara el confinamiento. Corrió la voz de que había alumnos contagiados y gran parte de las familias, de etnia gitana en su mayoría, resolvió que mejor sería no volver a llevar a sus hijos a clase. “Lo curioso es que a las actividades de la parroquia sí que vinieron por la tarde”, comenta Palacios. A pesar de todo, el confinamiento, que llegó unos días después, les pilló con el pie cambiado, es decir “con la nevera vacía y los papeles sin arreglar”. El día a día de los misioneros transcurre solventando las ayudas más urgentes, “y a las demás, que son muchísimas, les procuramos poner en el circuito ordinario de las ayudas institucionales”. Imprimir y rellenar formularios, fotocopiar documentos de identidad, ponerse en contacto con administraciones públicas, Cáritas y demás entidades que están ayudando. En una palabra, visibilizar a aquellos que pasan desapercibidos por habérselas ingeniado siempre para sobrevivir por sus propios medios, muchas veces al margen. “La crisis socioeconómica que trae el confinamiento ha agravado lo que aquí ya se veía como normal. Ahora la cuestión es lidiar con ello”.

La situación en estos barrios ha sido exactamente la descrita en todo el territorio nacional. La diferencia es que allí no se despliegan carteles, ni aplausos, ni mensajes en redes sociales. Un teléfono para familias -de media, numerosas-, sin saldo ni acceso a internet. Los misioneros saben de  los nervios que han aflorado en las viviendas de sus vecinos y parroquianos en esta etapa del Estado de Alarma. Son los que viven al día, por no poder ir por chatarra, o los que piden en la calle y se encontraron sin nada. Los que venden en los rastrillos tienen más protección, “pero los recursos se agotan”. En la desescalada van a volver a abrir, aunque saben a lo que se exponen por no tener licencias formalizadas. Como en otros barrios que también conoce la provincia claretiana, “temen más el confinamiento que el coronavirus. Ellos viven y se desenvuelven en la calle”. Qué difícil es apelar a la unidad cuando no hay nada que nos diferencie más que el pasar semanas en casa. Dependerá de qué casas y a qué llamamos transcurrir normal de las semanas.
Otro tema que preocupa es el de los menores y su relación con los estudios. “Aquí al final los profesores poco pueden hacer, y los chicos están viviendo esta situación francamente mal”. La sensación de niños y jóvenes debe ser parecida a un estado de desmemoria colectiva: ya todo da un poco igual. A vivir hasta el siguiente susto.

 

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