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Mensaje del Superior General en la fiesta de san Antonio María Claret
Queridos hermanos,
Os deseo una celebración de la fiesta de nuestro Fundador llena de alegría.
Desde el XXVI Capítulo General, hemos venido usando la palabra ‘sueño’ para referirnos al designio que Dios tiene para nuestra Congregación en estos tiempos en fidelidad al carisma de nuestro fundador. Los capítulos provinciales y las asambleas celebradas después del capítulo general han hecho suyo ese ‘sueño’ e invitado a los miembros de la Congregación y a nuestras comunidades a contemplarse y a contemplar sus apostolados desde la perspectiva de Dios. Yo también me siento llamado a preguntarme cuál puede ser el sueño de Dios sobre el superior general.
Antes incluso de que se consiguiera poner la pandemia bastante bajo control, la humanidad y el planeta (nuestra casa común) fueron golpeados de nuevo por la pestilencia de la guerra y por la inestabilidad política global, que ponen al descubierto la fragilidad de la convivencia humana y de nuestra capacidad de arreglar problemas juntos. Una vez más queda claro qué importante es que los seres humanos aprendamos a caminar juntos, discerniendo sinodalmente el sueño de Dios para el mundo.
Necesitamos aprender un arte que ocupó un lugar muy relevante en el corazón de nuestro Fundador y le ayudó mucho a hacer realidad los sueños de Dios: el arte de tejer. Claret lo aprendió en el negocio familar (cf. Aut 31). No se trataba sólo de una habilidad física, sino de un arte relacional y espiritual que le ayudaría mucho a vivir como misionero apostólico. Claret tuvo una habilidad muy especial para crear con sus compañeros, con sus superiores, con quienes trabajaban con él y con sus subordinados, relaciones llenas de gracia. Fuera donde fuera, creaba redes de relaciones al servicio de la proclamación del Evangelio. Sabemos cómo cuidó de su abuelo cuando era un niño (cf. Aut 19), cómo empatizaba con los trabajadores en el telar (cf. Aut 33-34), y cómo cultivó relaciones bien duraderas de amistad y compañerismo con tantas personas a lo largo de toda su vida (cf. Aut 60-61). Su descripción de la comunidad de Cuba nos habla de la red de relaciones que supo crear como obispo misionero (cf. Aut 606-613). Su autobiografía es la descripción de una vida misionera tejida con otras muchas almas grandes, de una red de relaciones evangelizadoras en tiempos bien difíciles para la Iglesia tanto en España como en Cuba.
La credibilidad de nuestras vidas y la fecundidad de nuestras comunidades y ministerios (globalmente, en nuestros organismos y en cada comunidad) depende mucho de nuestra capacidad para relacionarnos con Dios y con los demás, y de cómo ponemos en común nuestros talentos y recursos para llevar adelante la misión encomendada. Algunas enfermedades que afectan hoy a los evangelizadores (como el clericalismo, el individualismo y la mundanidad) tienen su antídoto en el fortalecimiento de nuestras relaciones comunitarias y pastorales. ¡Cuánta vida irradia una comunidad misionera cuando somos capaces de crear lazos, de acoger y apreciar los talentos de los demás, y de transformar las diferencias en riquezas y los conflictos en momentos de crecimiento! Una de las habilidades principales que hemos de aprender de nuestro Fundador es la de tejer relaciones que construyan comunidades misioneras, equipos y consejos en los diversos ámbitos pastorales y redes que promuevan “la transformación del mundo según el designio de Dios” (cf. QC 43).
Os invito a que con ocasión de esta fiesta contempléis de cerca esta dimensión de la vida de nuestro fundador, de modo que podamos reforzar juntos el tejido de nuestras relaciones congregacionales y dar testimonio del amor de Dios. En este día de fiesta hagamos nuestra la oración del P. Claret:
¡Oh, Dios mío y Padre mío!, que te conozca y te haga conocer, que te ame y te haga amar, que te sirva y te haga servir, que te alabe y te haga alabar de todas las criaturas.
¡Feliz fiesta!
P. Mathew Vattamattam, CMF
Superior General