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El amanecer del Espíritu inquieto

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Hace años, el profesor claretiano José Cristo Rey García Paredes recogió en un libro toda una serie de reflexiones sobre la vida religiosa tal como la veía a finales de la década de los 80. Tituló aquel libro “Un largo amanecer. Hacia la nueva forma de la vida religiosa”. Ayer, el que hace tiempo fuera su alumno, Luis Alberto Gonzalo Díez, respondía con “Amanece, que es mucho”, editado en Perpetuo Socorro.

Así fue presentada esta obra que contó además con la participación del P. Francisco J. Caballero, CSsR, y del Cardenal Arzobispo de Madrid, D. Carlos Osoro Sierra. Este último, cercano y cómplice del espíritu que mueve la vida religiosa, quiso enmarcar este amanecer en un contexto de Iglesia, de enriquecimiento y de escucha. De esta manera quiso invitar a todos los allí presentes a acercarse a la vida religiosa para ver la belleza que reside en ella. “Los consagrados regalan vida porque hoy hay hambre de esta belleza. Las vidas de los consagrados están dispuestas para que otro pueda encontrar la belleza en el encuentro con Jesucristo. Existe en nuestra sociedad este reclamo, y también esta respuesta, que tantas veces viene de la mano de la vida religiosa”. Él mismo, como pastor de la diócesis de Madrid, prometió un regalo que diariamente va confeccionando: un mapa de la ciudad en la que va marcando las distintas posiciones desde las que actúan los consagrados “porque este regalar vida, al servicio de los hombres, se da donde está presente la vida religiosa”

El Espíritu es “viento fuerte que nos llevará a nuestro sitio”

¿Está amaneciendo un espíritu inquieto? A esta pregunta quiso responder el misionero y profesor del Instituto Teológico de Vida Religiosa, José Cristo Rey García. “La inquietud de Dios la manifiesta el Espíritu. Y la vida religiosa es consciente de ello”. El claretiano pedía de este modo a los religiosos una vuelta a “lo esencial”, reclamando una vida religiosa que sepa colaborar con el Paráclito, y que por tanto, “sea siempre capaz de hacerse más pequeña, para colarse entre las rendijas; más humilde, por confiada; más compasiva y más libre”.

El autor, el P. Luis Alberto Gonzalo Díez, continuó en esta misma línea: “Creemos que la vida consagrada está en su momento. Un tiempo recreado por el Espíritu como a él le gusta hacer las cosas: desde lo sorprendente, imprevisible y no calculado”. Pero a su vez, este momento exige un cambio que posibilite este amanecer. Y en este sentido, nació el articular las reflexiones de este libro que ayer fue presentado. Tras un año de la vida consagrada y otro de la misericordia, el autor fue comprobando que lo que cada mes se proponía la Revista Vida Religiosa –de la que es director– era amanecer a una nueva forma de seguimiento. “La vida consagrada necesita levantar la mirada de lo mucho que trae entre manos. Algunos de sus hijos e hijas hace tiempo que no tienen tiempo –así de redundante y claro– para emocionarse o para cantar; para agradecer el don vocacional de la gratuidad o utopía, porque tienen que producir o vigilar o dirigir o contar… verbos con poco ensueño, que tienen más relación con los ciclos de producción que con los de salvación. Se debe amanecer a una comprensión diferente porque nos ayudará a estar menos obsesionados por sobrevivir y más abiertos a la sorpresa de la vida”.

Es este momento en el que la vida religiosa comienza a entender que lo que el Espíritu pide es mucho. Tanto que parece inasequible. Algo así como si se empezara a captar una nueva palabra: ruptura. No ya reforma, ni renovación. El Espíritu pide un amanecer, que rompa, poco a poco, con las tinieblas.

 

 

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