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Puertollano, a pie de parroquia

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Pareciera que un mal cálculo urbanístico hubiera sido la causa de que las calles del barrio de Las Mercedes sean las cuestas pavimentadas más difíciles de toda Castilla. Las pendientes tan sumamente pronunciadas de estas avenidas que desembocan en lo que se conoce como ‘El Pino’, aíslan a los vecinos que se refugian dentro, provocan recelos en los de fuera, y al fin, muchos puertollaneros lo acaban describiendo como un gueto. Subiendo hasta las antenas que hay en la cima es fácil encontrar menudeo de drogas o ver a los vecinos pulular sin rumbo. Pero también aquí podemos encontrar a tantos otros, supervivientes y luchadores, que intentan salir adelante.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La historia comenzó con la llegada de población foránea atraída por la demanda de empleo en las minas de hulla y pizarra. Es entonces cuando Puertollano experimenta un importante desarrollo socioeconómico y el pequeño núcleo rural se transforma en una ciudad minera, que falto de planificación urbanística se expande como una mancha de aceite. Los vecinos que consolidaron el desarrollo industrial fueron construyendo con sus familias sus propias viviendas, de un modo bastante precario, trepando por los cerros circundantes a la ciudad y dando así origen a las primeras barriadas obreras situadas a este y oeste del casco antiguo.

No tardó en llegar el declive del sector, en general debido a razones de viabilidad económica, y Puertollano tuvo que combinar el trabajo en la mina con la industria petroquímica. Aun así no fue suficiente, y actualmente las grandes compañías eléctricas admiten que el trabajo que hace pocos años fue la base económica de la comarca hoy no resulta una actividad rentable.

La presencia claretiana en estas tierras ha sido testigo de esta precariedad. Ciento veintidós años y más de doscientos misioneros unen esta diócesis manchega con la Congregación. La comunidad que hoy vive y trabaja en Puertollano es heredera de la casa de Ciudad Real, fundada en 1895. De esta, a la llegada de los primeros destinatarios a la nueva fundación de Puertollano, pasaron más de cien años. No fue hasta 1989 cuando se constituye la comunidad que hoy conocemos, y que tiene bajo su cargo la Parroquia de las Mercedes en el barrio del Pino, y la capilla de San Sebastián, ubicada en el barrio del Carmen, aunque ya llevasen en los poblados de Asdrúbal, El Muelle, Salas y Río Ojailén seis años antes.

El P. Chema Manzano, claretiano que ha estado años trabajando a favor de estos barrios gemelos, explica las razones de esta presencia religiosa: “Es verdad que los pasos han sido lentos, pero al final creo que se ha conseguido crear parroquia, que la gente se sienta acogida. Aunque yo insisto siempre en saber dónde se está, porque aquí es difícil hacer muchas cosas. Pero nosotros tenemos el reto de seguir acompañando desde la esperanza. Y la esperanza en Puertollano está manchada con el barro de cada día”. Ya lo dijo también Mons. Rafael Torija, obispo emérito de Ciudad Real, con una frase que se ha hecho popular entre los claretianos que aceptan este destino: “Id allí sabiendo que quizá no vais a conseguir todo lo que os propongáis. Pero estad.”.

De estos barrios se habla mucho, hay una especie de imaginario colectivo. La mala fama de sus viviendas traspasa los límites de un distrito arrinconado contra el muro que flanquean una vía férrea y la carretera de Córdoba. En la zona se encuentra una cantidad importante de viviendas en mal estado. Tampoco son puntuales las tristes noticias que aparecen en los medios, pese a que tanto la Policía Local como la Policía Nacional han subrayado en reiteradas ocasiones que Puertollano no tiene una tasa de delincuencia mucho más alta que la de otras localidades de su entorno. En cualquier caso, combinaciones de sucesos que tiñen de negro el tesón del trabajo diario de vecinos e instituciones religiosas. “Ahora mismo me consta que los problemas siguen. El problema de la integración de los gitanos es muy complicado”, señala el P. Jaime Aceña, misionero claretiano que llegó como párroco al barrio minero, a la parroquia del Santo Cristo de las Minas en 1986, y permaneció hasta 1990. El P. Jaime consiguió mediar para que el que entonces fuera presidente de Castilla-La Mancha, José Bono, se tomara en serio la situación de estas familias. “Las casas estaban llenas de humedades, gastábamos mucho en medicinas y empalmábamos una gripe con otra. Construyeron unas viviendas populares, casas nuevas que están pegadas a nuestra parroquia actual de las Mercedes y poco a poco fueron desapareciendo las viejas”.

 

Pastoral gitana

Unos pocos años más tarde, en 1998, Mons. Antonio Á. Algora, hoy obispo emérito de Ciudad Real, nombró al P. Manzano responsable diocesano de Pastoral Gitana. El claretiano lo recuerda así: “cuando estás en la parroquia lo primero que tienes que hacer es mirar alrededor. Parte de la feligresía es gitana, y la mayoría están concentrados en ‘El Pino’, y también en ‘El Cerro’. Y al llegar a ellos me preguntaron que qué era eso de la pastoral. Que si es que Cáritas se va a empezar a preocupar más por ellos. Y no es eso. Son más cosas”. El objetivo con el que se comenzó a trabajar estuvo bien marcado desde el inicio, abrir la parroquia a la sensibilidad religiosa del gitano aprovechando la manera que ellos tienen de vivir la espiritualidad. Para ello se preparan catequesis específicas donde se da gran importancia a sus valores: la familia, la salud, la libertad, los niños... Ellos mismos te lo dicen, estamos perdiendo nuestros valores y los echamos en falta. “Hace poco tuvimos un encuentro en Malagón, –recuerda el P. Manzano–, invitados por una familia gitana para celebrar la fiesta del Pelé, y allí estábamos los católicos con los del culto evangélico. La experiencia fue muy buena, porque pudimos explicar, por ejemplo, qué significa para un cristiano ser santo. Y al final uno se da cuenta de que hay que quitar estereotipos”. Ciertamente, no es camino fácil. Los prejuicios que han acompañado la cobertura mediática acerca de la comunidad gitana están gravemente asentados. Son estereotipos que según los informes del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) revelan la realidad de la percepción social de la comunidad gitana. A más del 40% de los españoles les molestaría “mucho” o “bastante” tenerlos como vecinos. A uno de cada cuatro españoles no le gustaría que sus hijos estuviesen en la misma clase que niños de familias gitanas. En consecuencia, concluyó el CIS, esta comunidad continúa siendo el grupo social más rechazado, por encima de los expresidiarios, los alcohólicos, los de extrema derecha y los inmigrantes.

 

Todavía queda mucho por hacer

El P. Juan José Palacios, cmf, conoce bien las necesidades de esta población, ya que lleva años trabajando con diversas entidades que luchan por la mejora de estos barrios. “Dando un paseo se percibe que la cosa es dura, pero luego también es alegre. La gente sale a la calle, hay vida de barrio, algo se mueve siempre”, comenta. A partir de la parroquia es desde donde los claretianos de esta posición estrechan lazos junto a Cáritas, la Fundación Secretariado Gitano o Asociaciones Vecinales. A partir de la parroquia, se conoce el terreno, “y precisamente por eso a los claretianos que trabajamos aquí no nos debería valer solo el acompañar. Aquí deberíamos poder dar respuestas más serias. No podemos atender a los ricos, ricamente …y a los pobres, pobremente”, añade Palacios. “Es urgente que podamos dar formación, y así ‘empujar’ a favor de un laicado que quiera involucrarse cada vez más y mejor en la misión evangelizadora de la Iglesia”. Sus palabras coinciden con lo que no hace mucho decía el Papa Francisco: “Necesitamos laicos con visión de futuro, que se arriesguen, que se ensucien las manos. (…) necesitamos laicos con el sabor de la experiencia de la vida, que se atrevan a soñar. Hoy es el tiempo en que los jóvenes necesitan los sueños de los ancianos”. “Pero las responsabilidades de la realidad nos resultan ya abrumadoras, y solos a todo no llegamos”, lamenta el P. Palacios.

La indefensión frente a tanta necesidad, que no solo es económica, sino también humana y cristiana, altera gravemente la estabilidad de las familias de Puertollano. Ellas están más expuestas a sufrir los problemas que tantas veces repercuten en los más pequeños. “Aquí hemos visto como ante problemas gordos, los padres se ‘olvidan’ de los chicos”, añaden lo claretianos. La tasa de abandono escolar de adolescentes cuando llegan al instituto es superior al 40%, y el absentismo escolar en niños de educación primaria es también muy elevado. Se han llegado a poner en marcha proyectos que se hacían cargo de despertar al niño entrando en su casa y acompañarle finalmente al colegio. La comunidad claretiana tiene locales habilitados para el refuerzo extraescolar. “Pero el tema del absentismo… es un problema. Porque los chicos han de estar en el colegio, no cabe otra opción. Y si un policía pillara a un niño en la calle dentro del horario escolar, tendría la obligación de devolverle al colegio o de preguntar por sus padres... pero esto no se hace”, añade el P. Manzano.

Otro de los frentes abiertos, quizá el más reciente, es el de prestar atención al tema de los presos. Más de 80 vecinos del barrio del Carmen se encuentran en la cárcel y los misioneros de la comunidad de Puertollano realizan labores de acompañamiento. Hay familias que no tienen posibilidad de ir a visitar al preso, y ellos ponen el coche. “Incluso el Capellán del Centro Penitenciario de Alcázar de San Juan nos propuso ayudarle. La idea es ir a la cárcel y hablar con los presos. Esperamos que continúe porque es un tema que está iniciado y una realidad que necesita atención”.

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