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La cruz de Lampedusa, en la parroquia Corazón de María de Vigo

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Brotó espontáneamente del mismo papa Francisco el deseo de que la cruz de Lampedusa recorriera todas las diócesis del mundo. Aquella simple cruz construida con maderos y tablas de cayucos naufragados frente a las costas de Lampedusa (Italia) un trágico 8 de julio del 2013 se ha convertido en un símbolo que reviste de coherencia el discurso de una Iglesia en salida hacia las periferias del mundo. Una cruz bendecida por el papa Francisco que a su paso nos ayuda a llorar por nuestra culpable indiferencia ante el hermano medio muerto al borde del camino. Esa cruz, desde hace escasos tres días, está en la diócesis de Tui-Vigo y el equipo de Solidaridad y Misión de esta provincia misionera propuso una tarde de oración frente a ella en la parroquia Corazón de María. “El trabajo con los migrantes y el que se desarrolla en las parroquias está en el ADN de nuestra Provincia”, expresa el claretiano Miguel Tombilla. “Y por eso tuvo todo el sentido retransmitir desde Vigo la celebración que tuvimos ayer, dándole así una proyección provincial” añade.

La atención sobre el drama de la inmigración en los países que baña el Mediterráneo, de tan repetido ya apenas merece unas líneas en los periódicos o unos minutos de televisión; pero ayer por la tarde, en exactamente cuarenta y cinco minutos, sacó del ensimismamiento a todos aquellos que acompañaron la cuidada celebración que prepararon los voluntarios de Proclade Vigo. Una invitación a un viaje donde compartir la experiencia con cuatro de nuestras parroquias que gastan la vida entre los migrantes. París, Madrid, Zürich y Vigo. Podrían haber sido otras, pues todas ellas saben de aquellas palabras que se silencian o se ignoran. Solo a través de la necedad de la escucha del sufrimiento de nuestros hermanos podremos convertir el corazón.

Y de tal modo fueron intercalándose en la tarde salmos con proclamaciones de la Palabra, -profetas y Evangelios-, y los testimonios grabados previamente en vídeo de aquellos que hace años se echaron al mar o tomaron el primer vuelo apostando lo único que tienen para conseguir un futuro mejor. Marisol, de Perú, que no pudo ni enterrar a su madre cuando falleció. Rosa, de Paraguay, a quien le niegan los papeles de residencia. César, también de Perú, que sufrió amenazas de muerte siendo objetivo de criminales. María José, de Filipinas, que lleva dieciocho años viviendo austeramente para reunir algo de dinero que enviar a su familia. Sídney Alonso, de solo veinticinco años, que se vio obligado a salir de Nicaragua por haber participado en las protestas contra el gobierno de su país. Josefina Ángeles, que tras haber padecido mucho se pudo encontrar con una comunidad que la acogió, reflejo del amor de Dios.

La celebración también contó con cantos y moniciones a las lecturas, y entre los cuales se abrieron distintos momentos para ir depositando a los pies de la cruz algunos objetos que recordaron a todos aquellos que no lo consiguieron. Hombres y mujeres, niños también, que salieron del tercer o cuarto mundo y no llegaron al primero. Una brújula, una manta térmica, un chaleco salvavidas, un remo. Y una oración por los fallecidos en estas terribles circunstancias que recitó en su propia lengua y desde el ambón un migrante senegalés, Omar. Él sí lo consiguió. Los demás, los que se quedaron en el camino, nos recuerdan a Jesús refugiado y nos empujan a seguir haciendo todo lo posible para que este mundo se parezca cada vez más al planificado por Dios en el principio.

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