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Maximino Cerezo Barredo: “Mi pintura no es de mensaje neutral. Grita para ser liberación”

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Villaviciosa con sus años más importantes de infancia, Gijón y el descubrimiento de su vocación claretiana en su paso por el Colegio Corazón de María de Gijón, la Universidad Complutense de Madrid en la Facultad de Bellas Artes. Filipinas y su primera experiencia de misionear junto y para los pobres. América Latina después en los convulsos años setenta y ochenta, Sao Félix de Araguaia y su amistad con Pedro Casaldáliga. Nicaragua, Panamá, la selva peruana. Regreso a España, a Salamanca. Y desde ahí otra vez al mundo entero recibiendo encargos, enviando trabajos, pintando en León o en una ermita del Camino de Santiago. Siendo testigo de cómo su obra está siendo muy apreciada y reconocida en su tierra natal, Villaviciosa. Allí, en 1932 nació Maximino (Mino) Cerezo Barredo. Su dilatada biografía humana, religiosa, claretiana, artística y pastoral testimonia el paso de Dios por estos lugares y por innumerables personas. Los medios de comunicación, a los que le cuesta contestar, se preguntan por él, y se responden etiquetándole casi automáticamente como ‘el pintor de la teología de la liberación’. “No me gustan los sambenitos”, responde él. La opción por Dios y por los pobres no se resume en ocho palabras.

Y quizá haya sido esa la razón por la que Radiotelevisión del Principado de Asturias nos acerca a la biografía de Cerezo Barredo en un reportaje emitido el pasado sábado que la realizadora Leonor Suárez ha dirigido apoyada en una encomiable labor de producción. Setenta minutos de viajes por diferentes países y lugares entrevistando a aquellos que mejor le conocen, desentrañando las causas que le llevaron a leer el Evangelio acompañándose del pueblo, principalmente en América Latina, y de sus luchas y vivencias a favor de la vida.

“El pintor y el cura que hay mí se pusieron de acuerdo”, resume él mismo haciendo memoria. “Me di cuenta de que el arte podía ser un vehículo transmisor del anuncio del Evangelio”. Y ese fue el motor de sus desvelos en cada nuevo destino. Se dio cuenta de ello al poco de llegar a América Latina: “Había una campesina que en Juanjuí posó su mirada en la primera pintura que hice allí. Un mural que recorría el templo a lo largo de más de 38 metros narrando la Historia de la Salvación. Aquella mujer, cuando llegó al final del mural, se encontró con una figura llorando por la muerte de un niño, una mujer que se parecía a ella y que había pintado yo. Entonces se queda quieta, saca una vela y se pone a rezar. No a un santo, sino a un hijo muerto. A su hijo, quizá. Pensé en ese momento que sería absurdo si dejara de pintar. Yo podía unir lo sacerdotal con el arte”. 

Mino Cerezo es un hombre libre y sabio. Todo lo que sabe lo aprendió entre la gente, “ellos me enseñaron más que las clases de teología”, declara en el reportaje audiovisual. Su entrega religiosa y misionera a favor de los más desfavorecidos le llevaron a posturas que fueron interpretadas desde la óptica política, pero su comportamiento estuvo siempre guiado por su fe recia y las convicciones profundas que de ella se desprendieron. Conoció de cerca las situaciones de injusticia y de explotación en territorios de misión y comprendió que no podía ser cristiano sin defender los derechos de los pobres. “No podía ser neutral. Era una sociedad dividida y había que optar, pero la opción por los pobres no es contra los ricos. Optar por los pobres es querer que los ricos también lo hagan”, asevera. Pero él, a diferencia de otros, tenía el valor de cumplir aquellas palabras aunque tuviera que arriesgar su vida. “Mis armas, mis trincheras no eran las de un guerrillero. Yo usaba el mensaje de la Palabra, el color y la pintura… Y así buscaba rescatar al pueblo de su opresión”. Pasó un año junto a su amigo y hermano Pedro Casaldáliga y pintó doce murales en la prelazia de Sao Félix de Araguaia, entre los que destaca el de la Catedral. “Fueron tiempos muy duros, cargados de amenazas de muerte por parte de los militares. Fue tiempo de mártires”, rememora. De ahí viajó a Santa Terezinha, donde pintó el mural de la capillita del Morro. Una obra cruel, que retrataba la realidad. “Hombres y mujeres que perdieron la vida en una realidad que daba miedo mirar”, recuerda. Y celebra que a día de hoy aquellos murales hayan sido declarados Patrimonio Artístico del Mato Grosso. “Así nadie los va a poder tocar”.

En América Latina Mino misionero luchó por una Iglesia más evangélica. “Una Iglesia servidora, samaritana, que como dice el papa Francisco, ‘huela a oveja’ porque está muy cerca de los fieles”. Estos, los de aquellos grupos juveniles que Mino fue organizando en núcleos de comunidades cristianas, guardan el recuerdo entrañable de un religioso “que puso la dignidad humana por delante de todo”. El exalcalde de Juanjuí, José Pérez Silva quiso ir más allá y erigió un colegio que lleva su nombre “por el ejemplo de vida que es para nosotros”, aseguró en el año 2016, cuando el centro escolar fue inaugurado.

En el 2005 los claretianos abandonan el departamento de San Martín, en Perú, y Cerezo Barredo comienza, una nueva etapa en España. Él también desde aquí no ha dejado de contribuir al fortalecimiento y la renovación espiritual de la Iglesia entera, poniendo su talento artístico al servicio de ello. Ha pintado murales en distintos puntos de nuestra geografía explicando el Evangelio y ligándolo a la realidad social. Su última obra acaba de ser presentada. Se trata del cartel de Semana Santa 2021 de su localidad natal y un mural para el Museo. Allí, su director, Nicolás Rodríguez, aún se lo pregunta “¿Cómo puede ser que un hombre que ha pintado por medio mundo y ha hecho tanto bien, fuera aquí casi un desconocido?”.

 

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