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PEDRO CONTINÚA A ORILLAS DEL ARAGUAIA

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El claretiano Pedro Casaldáliga, obispo emérito de la prelatura de Sâo Félix do Araguaia, donde ha trabajado más de 30 años desea continuar viviendo allí hasta su muerte La prelatura de Sâo Félix do Araguaia, en donde el ya obispo emérito ha trabajado más de 30 años y donde desea continuar viviendo hasta su muerte, está situada a 1.300 km. de Brasilia, al nordeste del Estado de Mato Brosso, y tiene una extensión aproximada de 150.000 km2, lo equivalente a un tercio de España peninsular. En su jurisdicción existen once pequeños municipios, tres de ellos sin equipo pastoral permanente. Cuenta con la ayuda de cuatro sacerdotes, un diácono, algunas monjitas y varios agentes laicos, que hacen lo que pueden para dar asistencia espiritual y material a los pobladores, entre los que se encuentran todos los indios de las naciones Carajá y Tapirapé, entre otros. El obispo Casaldáliga, durante todos estos años, ha viajado de un lado a otro, a pesar de su enfermedad de Parkinson, en canoa, a caballo o a pie por sendas que iban siendo abiertas a golpes de machete, para llevar su palabra de aliento y su valiosa presencia hasta todos aquellos que se encuentran en medio de la nada, a no ser el hambre y los peligros de la selva. Monseñor Casaldáliga, que acaba de cumplir 77 años, es un hombre indomable en su labor de apostolado. Y una figura venerada y admirada por todos los que, por su intemedio, reciben la luz del Evangelio. En los años sesenta, los gobernantes de la época quisieron escribir el sueño de una selva transformada en pastos y en campos de labranza, y hasta allí llevaron a las grandes industrias ávidas de las riquezas de aquella tierra. Pero el utópico sueño fracasó y los indios y los campesinos llegados el paupérrimo nordeste en busca de un vida más humana, quedaron abandonados a su suerte, en manos de latifundistas poderosos cuyo único pensamiento era enriquecerse rápidamente. Esta era la situación cuando la Iglesia creó la prelatura de Sâo Félix do Araguaia. Se trataba de apaciguar las confrontaciones entre los dueños del dinero y los desheredados de la fortuna. Nombró obispo a un español joven y decidido que venía de Africa curtido por los grandes dramas sociales que vivió en aquel continente. Monseñor Casaldáliga marcó una época en aquellos parajes y se transformó en una leyenda en defensa de los pobres y de los oprimidos, a pesar de las constantes amenazas de muerte que sufrió y de las cinco veces que las propias autoridades del gobierno estuvieron a punto de expulsarlo del país. Y el hombre que, en medio de todo eso, aún conseguía tiempo para escribir poesías, ahora quiere continuar allí, entre sus indios y sus pobres, hasta el fin de sus días. Sin hacer sombra a su sucesor, pero dispuesto a dar sus consejos, su apoyo y sus trabajos de colaboración , de indudable valía, a quien llegue, como savia nueva, para continuar la obra que él inició hace tantos años. Su saludo a la provincia de Aragón y a la Confederación termina así: “De modo que sigo siendo claretiano a distancia y a orilla del Araguaia, que no es precisamente el Ebro pero que es un señor río. Gracias por toda la solidaridad y afecto fraterno. Seguiremos unidos”.

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