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Vida misionera: tiempo de ir y venir

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Cerca de cuarenta misioneros de la provincia de Santiago han cambiado de comunidad y recibido nuevas encomiendas este verano. Ese ir y venir, característico de la vida misionera, afecta al lugar de residencia, pero también a las labores encomendadas, a la inculturación e inserción en una determinada Iglesia y al corazón. Con frecuencia los cambios de destino suponen un pequeño o gran desgarro. El misionero se ha encontrado a gusto, ha desarrollado una labor, va teniendo una edad y participa de una red de relaciones humanas y cristianas que le nutre y enriquece. No es fácil hacer maletas y cambiar de comunidad. El resto del pueblo de Dios siente muchas veces su marcha, incluso a veces la vive como un desgarro que cree que puede perjudicar su camino de fe.

Es imposible hablar de todos. Algunos misioneros dejan lugares en los que han vivido unos años (a veces bastantes) para residir en una comunidad en la que se pueda cuidar mejor su salud y haya más margen para el descanso y la oración. Colmenar Viejo, León y Zaragoza reciben estos meses a una docena de claretianos que han ido entregando su vida en destinos muy diversos. Seis han pasado años (algunos más de treinta) en América; dos en Asia y África; tres en diversos lugares de Europa al servicio de los emigrantes o de la vida interna de la Congregación. Otros han desgastado su salud en las carreteras españolas, en los barrios, en los pasillos de los colegios o al servicio a la vida consagrada. Otra etapa de la vida se abre para ellos como también para quienes, tras atender unos años a los compañeros hermanos y enfermos, vuelven a destinos más relacionados con la atención pastoral de comunidades cristianas.

Quizá en campos como las parroquias o los colegios los relevos misioneros adquieren mayor visibilidad. A la comunidad cristiana le impresiona la marcha de su párroco y la llegada de uno nuevo, o que se den cambios relevantes en los equipos misioneros. Muchos lugares de la provincia saben estos meses de esta situación. Los siete colegios y más de veinte parroquias e iglesias la conocen. Algunos misioneros logran irse por la puerta de atrás, evitando homenajes y reconocimientos públicos. Otros no tienen más remedio que aceptarlos y permitir que los cristianos les muestren su afecto y gratitud. A veces hace falta engañarles para que acudan a un lugar en el que les espera una sorpresa; otras veces la convocatoria es pública y bien conocida.

La Misión de Zürich ha despedido con pesar pero con mucha gratitud al P. Anthony O. Igbokwe, que ha dejado en ella más de diez años de su juventud. Las parroquias, cofradías y colegios de Elda han visto con dolor marcharse al P. Jesús Pastor, que ha compartido con ellos los últimos nueve años; hasta el ayuntamiento se ha sumado a la despedida. Las parroquias rurales del entorno de O Val y Meirás, en Ferrol, y la comunidad claretiana despiden con mucha gratitud al P. Luis Martín, que se puso a su servicio para hacer vida de jubilado y se ha entregado a ellos en años muy duros como si estuviera recién ordenado. La lista podría ser muy larga: Vallecas aún busca el modo de despedirse de su párroco, Agustín Sánchez. La marcha de misioneros más jóvenes, dedicados muchas veces a la pastoral infantil y juvenil, genera otros sentimientos. También son muchos los que han hecho la maleta (Manuel, Luis, Germán, Emeterio, Luis Manuel, Adrián, Jesús…). Otros, como Hans y Miguel Ángel, esperan que las fronteras vuelvan a funcionar con normalidad.

Pero los procesos de despedida se mezclan con experiencias de acogida y recepción. Los cristianos reciben con afecto e ilusión a sus nuevos pastores (Miguel Ángel, Juan, José Antonio, Chema, Manuel, Benjamín, Juan José…). Los nuevos párrocos y miembros de equipos parroquiales van tomando posesión y asumiendo tareas, aunque la pandemia esté tiñendo de un color especial muchos comienzos de curso. Quienes se suben al carro pastoral de los colegios lo van haciendo también paulatinamente, aunque llevan ya mes y medio largo entregados (y mucho) a la tarea. La Misión sigue abriéndose camino.

Pero no sólo inicia etapa nueva quien cambia de residencia. En muchos lugares quien no ha hecho la maleta, aunque estuviera muy dispuesto a hacerlo, abre también otra etapa. Cambian las circunstancias pastorales, los compañeros, la propia salud o disposición. El misionero abraza de nuevo el destino que ya tenía y echa a andar confiado en el Espíritu y en la misteriosa y constante presencia del Corazón de María.

Se incorporan hermanos nuevos a la atención y compañía de los misioneros ancianos y enfermos (Lorenzo, Juan, Jesús, Luis…) o al servicio interno de la comunidad (Miguel Ángel, Basilio, Miguel…). Se renuevan y recomponen los equipos que pretenden servir al crecimiento cristiano de los laicos, de los jóvenes adultos, de las personas consagradas, el equipo de formadores que acompaña a los jóvenes misioneros. Los claretianos se reencuentran con sus Obispos; en unos lugares para despedirse antes de cambiar de destino y agradecer lo vivido, en otros para presentarse a un nuevo pastor y hablar de proyectos y procesos. Las mismas comunidades claretianas (demostrando una vez más la falsedad de eso de ‘se juntan sin conocerse, viven sin quererse…’) experimentan también la novedad, se reencuentran, se despiden con pesar, se reparten las responsabilidades. Incluso en las pocas comunidades en las que los hermanos son los mismos el aire huele a novedad. ¡Que sea la novedad del Espíritu!

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