Se encuentra usted aquí

Luces que brillan de noche

Versión para impresiónEnviar por emailVersión PDF

Le conocían de verle, pero no era de los claretianos que solían tratar. Sabían que hacía recados y fotocopias. Su modo de moverse y reaccionar provocaba simpatía. Estuvo años jubilado, octogenario ya, y subía varios pisos de escalera deprisa, sin querer llamar nunca la atención. Para niños y adolescentes era un abuelo, como varios ‘de los curas’ que usaban la puerta principal del colegio pero no les daban clase.

Dionisio Donazar (1920-2015) fue un caso extraño entre los claretianos: estuvo destinado cincuenta y siete años en el mismo colegio. Con ochenta años, con ochenta y cinco, con noventa, se interesaba por los últimos programas informáticos y por todo aquello que permitiera oír música y compartirla. Interesado por todo lo nuevo, se apuntó de los primeros a recibir en el comedor de la comunidad claretiana a los chavales del colegio. Se había planteado un encuentro entre quienes se iban a confirmar y los misioneros. Todos nos fuimos presentando; unos hablaban de sus carreras recién estrenadas, otros de su próxima selectividad. Dionisio y Matías, noventa años, hablaban de lo que había sido su vida y de lo que era. Oían lo que sus audífonos permitían, pero sus sonrisas indicaban que ver el comedor lleno de chicos y chicas les alegraba. Que llevaran pendientes o tatuajes no les importaba mucho. Eran chavales que querían cuidar su fe en Jesús.

Y se hizo el silencio

Recorriendo la casa en un momento se cortó el aire. Matías y Dionisio explicaron espontáneamente, sin haberse preparado, que aquello era la capilla. Que allí pasaban algunos ratos largos al día; que allí se reunía la comunidad (los claretianos que daban clase y los que no) y que allí se rezaba todos los días por ellos, por sus padres, por sus abuelos, de un modo especial cuando se sabía que en las familias había algún problema.

El colegio no es sólo la pizarra, electrónica o no; la secretaría, los patios, las horas y horas que echan y (especialmente en estos tiempos covid) están echando los educadores, las eternas horas extra del equipo directivo. El colegio es también la comunidad claretiana. Su comedor, donde se comentan las cosas. Su capilla, los ratos de oración de Matías, de Dionisio, de Eduardo, de Miguel. El lugar en el que en estos tiempos de pandemia se ha intensificado la oración que se lleva haciendo décadas por las familias del colegio. El lugar en el que se ora durante meses por la mujer del encargado de mantenimiento, el esposo de una profesora de primaria, el padre de la administradora. Allí se pronuncian sus nombres, en alto y en bajo. Allí se han celebrado misas de escalada y de desescalada por los difuntos a los que no se podía enterrar en paz, por quienes cruzaban las puertas de las UCIs y a veces hasta se ha llorado, como se ha hecho en tantos hogares.

Estado de alarma

Madrid. 2 de febrero. Son las nueve de la noche. La gente se mueve deprisa. Se bajan las persianas de los negocios. En las calles parece medianoche. En el colegio sólo se ve una luz, en el quinto piso. Poca gente sabe que es la capilla de la comunidad claretiana. Aguzando la mirada se percibe la trasera del sagrario.

Son los claretianos. Están recogiendo el día que para varios de ellos empezó, también en la capilla, hace más de quince horas. En la liturgia de las horas los salmos y las preces se mezclan con los nombres de alumnos, profesores, gente de administración y servicios, familias de la parroquia. Los claretianos están rezando.

En Zamora la luz que brilla no está en el quinto piso, pero es como si alguien hubiera querido colocarla en el corazón del colegio, casi encima de la puerta principal. En Aranda está a ras de calle; en Segovia y Gijón también en alto. En Valencia los claretianos rezan también, aunque sus capillas no tienen ventanas a la calle. La vida sigue. Un ramo de flores expresa la gratitud de la profesora que no pudo enterrar a su madre pero se emocionó cuando un claretiano le aseguró que la comunidad celebraría un funeral. Si las paredes hablaran miles de familias alucinarían, como aquellos chicos y chicas que miraban extasiados a Matías y a Dionisio.

En un encuentro de congregación el momento se hizo muy tenso. Un ponente sugirió, no atinando al expresarse, que a algún claretiano destinado en colegios se le podía ‘oxidar’ el sacerdocio si no aprovechaba las semanas santas y el verano para predicar. El misionero profesor de matemáticas levantó la mano: “rezo todos los días desde hace treinta años por mis alumnos y sus familias uno por uno. Rezo por ellos cuando corrijo sus exámenes, cuando repaso la lista. ¿No será eso ejercitar el sacerdocio?”. Se hizo silencio. Ponente y replicante dialogaron sin tensión. Quedó claro de qué se trataba. Y el profe de mates sigue emocionando, treinta años después, a sus antiguos alumnos cuando se ve con ellos a celebrar las bodas de plata del momento en que cada promoción dejó el colegio. Y el antiguo director, también jubilado, les emociona cuando se enteran de que va de casa en casa queriendo localizarles veinticinco años después: “¿sabe usted dónde fue a vivir aquella familia que vivía aquí?”.

Los claretianos rezan.


 

Calendario

L M M J V S D
1
 
2
 
3
 
4
 
5
 
6
 
7
 
8
 
9
 
10
 
11
 
12
 
13
 
14
 
15
 
16
 
17
 
18
 
19
 
20
 
21
 
22
 
23
 
24
 
25
 
26
 
27
 
28
 

Últimas Noticias

Formulario de búsqueda