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‘Comunicar encontrando a las personas donde están y como son’

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IGNACIO VIRGILLITO | OFICINA DE COMUNICACIÓN | El experto en comunicación y profesor universitario Gregory Payne acuñó una frase que sigue estando de moda entre los profesionales de los medios. “La comunicación es un arma”, decía. “Probablemente la más poderosa del mundo”. El activista italiano Luca Casarini fue un paso más allá. “Si los medios son un arma, valen para disparar”. Gracias a Dios, la propuesta de la Iglesia no puede estar más en disconformidad con estas valoraciones, y así lo ha dejado claro, una vez más, el papa Francisco con el mensaje que ha publicado a propósito de la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales de este año, que se celebrará el domingo 16 de mayo. En él, la voz del Papa vuelve a aplicar la lógica evangélica a la comunicación para que esta sirva de hilo de Ariadna que nos saque del laberinto de la red de redes y que nos enfrente con la realidad. También con la propia naturaleza de cada mensaje, del porqué de la intención tras cada noticia y sobre todo del para quién comunicar. Y en este sentido, no creo que se pueda ser más claro: “para encontrar a las personas donde están y como son”.

En materia de comunicación la Iglesia siempre buscará abrir espacios de encuentro. Dice el Papa que si no nos situamos en ellos, permaneceremos como espectadores externos, a expensas de “una información preconfeccionada y autorreferencial”. “Cualquier relato de la realidad requiere la capacidad de ir allá donde nadie va: un movimiento y un deseo de ver […] Sería una pérdida para toda la sociedad y para la democracia si estas voces desaparecieran”, subraya. Voces valientes y comprometidas gracias a las cuales hoy conocemos numerosas realidades del planeta. Muchas de ellas son de periodistas. Otras de quienes no ejercen de facto, pero que con su vida comunican el Reino en situaciones muy difíciles.

En este sentido, a los trabajadores de medios religiosos siempre nos viene a la cabeza el mismo dicho, aquel que asegura que los misioneros son los últimos en abandonar las zonas de conflicto (si es que tuvieran que abandonarlas, porque ellos, por querer, nunca quieren). El asesinato de Isa Solá en Haití, las amenazas de muerte que recibía Pedro Casaldáliga por su apoyo a posseiros e indígenas, o los mensajes que escribe desde Timor Juan Ángel Artiles, y que tardan océanos de tiempo en llegar porque la velocidad de internet en la isla es de 64 kbps, -“y eso, los días que mejor va”, apostilla jocoso el claretiano- son ejemplos de ello. Sus vidas traen esperanza a un mundo herido. Y nosotros también podemos contribuir.

“La buena nueva del Evangelio se difundió en el mundo gracias a los encuentros de persona a persona, de corazón a corazón”, leemos de nuevo en el mensaje del Papa de este año. La clave está en saber transparentar a Jesucristo en palabras, miradas y gestos de personas que ofrecen al mundo su testimonio. La explosión de solidaridad en los primeros días de confinamiento a causa de la pandemia o las colas del hambre que se forman a las puertas de las parroquias y sedes de Cáritas para recibir un paquete de alimentos son situaciones de nuestro primer mundo que también dan muestra de lo verdadero y fructuoso que es para la vida el anuncio de la salvación, donde hay tantos portadores de esperanza “en la puerta de al lado”. Y si alguien aún no ha sabido verlos, que nuestro trabajo de comunicadores pueda involucrarles en esta experiencia. Que con audacia sigamos persuadiendo en el “ven y lo verás” que hace tanto pronunciara Felipe.

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