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París, a siete días de los ataques terroristas

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​Como todo el mundo sabe, en la tarde-noche del viernes 13 de noviembre, un comando terrorista de matriz islámica radical, perpetró un terrible atentado en tres frentes de la capital francesa: el Estadio de futbol donde se estaba jugando un partido amistoso entre Francia y Alemania, unas terrazas de bares en la zona más animada de la ciudad y, sobre todo, una sala de fiestas donde se tenía un concierto rock al que asistían más de 1500 personas. El balance fue una verdadera hecatombe: alrededor de 130 muertos y unos 200 heridos, algunos de extrema gravedad. Cinco días después una operación policial llevó a cabo una eficaz acción en Saint-Denis, periferia norte de París, en la que murieron probablemente los principales organizadores del atentado del día 13. Hasta aquí los hechos.

Los primeros momentos, casi podríamos decir el primer día, el sábado, fueron de desconcierto, acompañado del consiguiente y perfectamente comprensible miedo general. Se limitaron al máximo las actividades públicas, se cerraron los colegios y los edificios públicos “sensibles”, como museos y monumentos, se desaconsejaron vivamente las asambleas y agrupaciones de personas: este ambiente afectó también a la vida eclesial: por ejemplo, ese sábado, en la Misión, no hubo catequesis de Primera comunión, y no se presentó ningún chaval a la catequesis de Confirmación, pese a ser casi todos ellos ya post-adolescentes de 16-18 años; igualmente hubo numerosas llamadas telefónicas preguntando si se mantenían las Misas del fin de semana. Ciertamente, había un clima de inseguridad, que se podía respirar.

​Pero casi inmediatamente se pudo apreciar también la reacción de las instituciones y la de la sociedad civil, en su conjunto. El primer efecto, el más visible, fue la unión en torno a los “valores republicanos” y la exaltación de la “francesidad”: una especie de sano orgullo nacional, una afirmación de pertenencia, una demostración de identidad francesa, que se manifestaba en el canto coral de ”La Marsellesa” y la exhibición generalizada, pública, de la bandera nacional. Igualmente un consistente grado de unión política: prácticamente todos los partidos políticos – con la excepción, previsible, de la extrema derecha – dieron muestras de anteponer los intereses de la Nación a los propios de partido: el jueves, el Parlamento, por casi unanimidad, votó en favor de una propuesta de ley del Gobierno para extender durante tres meses el estado de emergencia.

​¿Y la Iglesia? Creo que ha dado una excelente muestra de sentido cristiano y patrio a la vez. Francia es la cuna de la laicidad, y están orgullosos de ello; y sin embargo, esta vez, nadie se ha extrañado de que las campanas de la Catedral doblaran a muerto ni de que se celebrara una Misa en la misma Catedral de Notre-Dame en sufragio de las víctimas, presidida por el cardenal arzobispo de Paris, Misa a la que acudieron, sin ruborizarse, importantes personajes de la vida pública, como algún expresidente de la República, y, sobre, la Alcaldesa de París, del Partido Socialista.

​Poco a poco la gente se va sintiendo más segura. La presencia masiva de las fuerzas del orden y del ejército por las calles y en los lugares más sensibles, contribuye a suscitar esta confianza y a alejar el miedo, sin, por otra parte, lograr cancelarlo del todo. Todos somos conscientes, y los medios públicos no han dejado de remarcarlo, de que no existe el riesgo 0 y de que frente a este tipo de terrorismo nunca se puede garantizar la seguridad absoluta. Pero los parisinos saben – y los que aquí vivimos sabemos – que hay que volver a la mayor normalidad de vida posible; que hay que volver a salir, ir al teatro, a los conciertos, al futbol; hay que volver a encontrarse por las calles en esta bellísima “Ville-lumière”, para proclamar bien fuerte algo que los cristianos llevamos años cantando: “el amor venció al odio”.

Arturo Pinacho, CMF