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La comunidad formativa intercultural de Colmenar Viejo, ante el día del Seminario

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¿A qué llama Jesús? A seguirle para ser y obrar como Él. Más en concreto, a perder la vida por Él y verter el don que esta supone sobre nuestros prójimos, nuestros hermanos. Así, con el lema 'cerca de Dios y de los hermanos', la Iglesia celebra el 19 de marzo el día del Seminario, enmarcado en la festividad de su patrón, san José.

En el Centro Formativo de Colmenar Viejo, inserto en esta Provincia, conviven veinticuatro estudiantes claretianos de diez países distintos bajo un clima común de cohesión y respeto. Su misión, podría decirse a grandes rasgos, es la de prepararse para poder responder a aquello que el Señor, por medio de la Congregación, tenga a bien encomendarles.

Dentro de este grupo de veinticuatro, los estudiantes pertenecientes a la Provincia de Santiago son un total de seis. Uno de ellos, el madrileño Carlos Puerto Gómez lo explica con estas palabras: “nuestra misión, tal como lo voy descubriendo, es vida recibida, compartida y regalada. Vida que gira en torno al encuentro eucarístico, el cual nos despoja de todo aquello que nos impide descubrirle en el hermano. Así, lengua, costumbres y preferencias comienzan a perder fuerza a medida que descubrimos que nuestras vidas son más semejantes de lo que pudiera parecer, pues todos somos hijos de la misma madre y discípulos del mismo maestro”.

En Colmenar Viejo se da por tanto un intercambio de estudiantes con otras Provincias que se ven interpelados y enriquecidos a su vez por una diversidad de lenguas, de conocimientos geográficos, históricos, y sociológicos. Este hecho desmorona las fronteras de la Congregación, ganándola en universalidad. Pero también lleva aparejados unos importantes desafíos, ya que humanamente no parece posible llevar a término tan ambiciosa empresa. ¿Resulta esta comunidad formativa intercultural una forma de anunciar a la gente del pueblo, a los compañeros de clase y a los jóvenes de nuestros apostolados que es posible ser alegres testigos del Evangelio?

Jorge Ruiz Aragoneses, estudiante y miembro de la comunidad de Colmenar, responde: “Podría haber muchas respuestas y todas prácticamente estériles si no se fijan en Dios. Él es quien convoca y quien dispone cada corazón para hacer de nuestra cotidianeidad una fisura por la que el Espíritu nos permita establecer vínculos de aceptación y de aprecio, de compromiso y de trabajo misionero. Somos jóvenes que viven con ardor el reto de una vida común y plural”. Y Romualdo Wambo, misionero camerunés, añade: “Nuestra comunidad intercultural es para nosotros, sus miembros, un espacio de conocimiento mutuo donde celebramos nuestra fe y compartimos la gracia y el don de nuestra vocación misionera”.

Hay, por tanto, un aspecto unificador en la identidad de estos jóvenes que otorgan un significado pleno a su ser cristiano: la misión. “En esta etapa formativa, esta es nuestra misión, ser testimonio del Reino al que todos estamos llamados, a la unidad en Cristo; no con grandes discursos, sino con pequeños gestos que le hacen presente en nuestro día a día”, en palabras del misionero Carlos Puerto.

Si pienso en el día del seminario…

Pensar en el día del seminario es pensar en qué sacerdotes esperamos que haya en el futuro o, mejor aún, en las personas concretas que podrían serlo. Así, Jorge Ruiz Aragoneses, recuerda con pasión la entrega de otros sacerdotes misioneros: “¡Había fuego en su sonrisa, en su pecho y en sus manos! En sus historias había aventura, humor y mucho Dios. Había firmeza y hondura, acogida y posibilidad. Y, ahora, pensado que soy yo el seminarista… me pregunto si sigue vivo ese fuego que a mí me impresionó. Y si el horizonte misionero al que estoy llamado es sugerente, vivo, auténtico para mí y para los que vengan detrás. Porque, al final, nadie que deja casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o esposa, o hijos, o tierras en nombre de Jesús, lo hace por un proyecto que no sea fascinante”. Además de fascinante, desafiante. Y sugerente, paradójico y generoso. Auténtico y de Dios.

La pregunta parece obligada llegado este punto: ¿se está transparentando un proyecto de tal envergadura en estos jóvenes misioneros? El filipino Rheadh de la Torre, responde así: “Da la impresión de que el amor ha quedado reducido a lo que nos muestra la televisión y sus estrategias de mercado. El amor en un anuncio de pasta de dientes o de perfume… Pero yo pienso no es ahí donde hay que buscarlo, sino en momentos más simples y no tan cinematográficos. El amor se encuentra más fácilmente en un plato de comida servido a un anciano que ni siquiera es capaz de levantar un brazo. O en el rasgueo de una guitarra. El amor está presente en simples diálogos. En cada hola y cada perdón. Está en la escucha de la Palabra y en la fracción del Pan”. Por su parte, añade Jorge Ruiz: “Aunque sea Él quien construye la casa, algo tendrán que hacer nuestras manos y nuestra mirada, nuestros labios y nuestro corazón. De hecho, no me parece casualidad que san José sea nuestro patrón. Él nos puede enseñar a ser hombres de grandes sueños. Sueños que vienen de Dios y que Él hace posibles… ¿de qué nos sirve tanta renuncia si no es para ser hombres que sueñen en voz alta y con el corazón dispuesto? No nos engañemos, nadie deja nada si no es por algo más significativo, más desafiante, más auténtico. Y eso es el evangelio. Y eso es la misión. Y eso es hacer la voluntad de Quien, día a día, te sigue amando hasta el extremo”,

Permitámonos hoy, y siempre, ser hombres que sueñan. Como Claret, soñador del fuego ardiente que le envía por todo el mundo. Recuperemos, cómo no, el sueño de Jesús: un amor más grande, más entregado, más universal. Con Él, nadie queda alejado ni olvidado. Con Él, lo poquito que somos, siempre es polvo, mas polvo enamorado. Enamorados en la intimidad con Él, entregados al servicio de los otros. Y así, poco a poco, la pasión se irá contagiando, ¡porque merece la pena!

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