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Pedro Casaldáliga cumple 90 años

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Pocas personas han conocido tan bien el corazón de Pedro Casaldáliga como su hermano, misionero claretiano, Teófilo Cabestrero, residente en América Latina de 1979 y calificado con ocasión de su muerte en 2016 como “servidor incansable de la Palabra”.

Por eso recuperamos este texto que escribiera Teófilo con ocasión de los ochenta años de Pedro, y es esta también nuestra manera de sumarnos a tantas y tan buenas felicitaciones que nuestro hermano Dom Pedro está recibiendo en el día de su cumpleaños. Nosso grande abraço e bom bolo pra o aniversariante!

TEÓFILO CABESTRERO, CMF | Así he visto y veo yo al Pedro “misionero claretiano”: como un actualizador vivencial de los rasgos esenciales de nuestro carisma misionero. Siendo catalán como Antonio María Claret, y cercano coterráneo suyo, Casaldáliga ha podido percibir con matices singulares la experiencia misionera de nuestro Fundador, para actualizarla en la Iglesia y el mundo de hoy. Está eso en la vocación personal de Pedro Casaldáliga.

Con su sensibilidad tan llena de intuición y de inquietud, abierta de lleno a Dios Padre, a Jesús y a su Espíritu y su Causa del Reino, en la Iglesia bajo la influencia cordial de María, la fiel aliada del Espíritu. Y abriendo desde ahí su sensibilidad personal a los hombres y mujeres -‘primero a los últimos’, por la lógica del Reino- localmente, continentalmente, globalmente, Pedro ha vivenciado de manera actualizada, los grandes amores de Claret en su experiencia fundante de nuestro carisma.

En la sensibilidad de Pedro hay cualidades estructurantes de su personalidad, capaces de gestar esa actualización en la vida cotidiana. Cualidades como la radicalidad y, desde ella, la rebeldía de la libertad para ser creativo y hondamente fiel; la escucha de la Palabra de Dios en la Biblia y en los signos de los tiempos y de los lugares, siempre “al acecho del Reino” en la historia real de los hombres y mujeres de nuestro mundo; la insistente oración y la lectura de la mejor teología; y la obsesiva pasión de amor a Dios en Jesús por su Espíritu, y a la Iglesia -tan necesitada de radicarse en el verdadero Jesús como de actualizarse- y a los hombres y mujeres necesitados de humanizarse y divinizarse; con la necesaria ternura para ser jovial y ‘compasivo’ o capaz de sufrir con quien sufre; añadiendo siempre la intuición y la expresión poética con facilidad de palabra, de comunicación, de empatía, de amistad.

Cuando oigo a quienes han conocido bien a Pedro, hablar de su “exageración apostólica”; de su “intensidad en la contemplación y en la acción”; de su “austeridad” y su “mística” de “amistad con Cristo”; de su apasionado amor a Jesús, a María tan “llena de Dios y de los hombres” y a “la Iglesia que quiere renovarse”; de su vivir “del ímpetu del Espíritu, dejándose llevar del corazón hacia todas las miserias”; y de su “temprana y persistente aspiración a la Misión universal y al martirio”… y sobre todo al oír decir que Casaldáliga “es una llama que se parece a la zarza inconsumible”, pienso que Pedro actualiza la Definición del Misionero que Claret nos dejó en su Autobiografía, escrita así en el lenguaje espiritual de su época: “Yo me digo a mí mismo: Un Hijo del Inmaculado Corazón de María es un hombre que arde en caridad y que abrasa por donde pasa; que desea eficazmente y procura por todos los medios encender a todo el mundo en el fuego del divino amor. Nada le arredra; se goza en las privaciones; aborda los trabajos; abraza los sacrificios; se complace en las calumnias y se alegra en los tormentos. No piensa sino cómo seguirá e imitará a Jesucristo en trabajar, sufrir y en procurar siempre y únicamente la mayor gloria de Dios y la salvación de las almas” (n. 494).

Y hay dos dichos de Claret muy significativos en su experiencia misionera, que veo vivencialmente actualizados en Pedro Casaldáliga: “Mi espíritu es para todo el mundo”; y “Para Dios quiero tener corazón de hijo; para mí mismo, corazón de juez; y para el prójimo, corazón de madre”.

 

 

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