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Mons. Silvio Báez: “Hoy la vida religiosa ha de seguir siendo profética”

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Mons. Silvio Báez (Masaya, 1958), llega a España tras una invitación de la revista Vida Religiosa, y desde el principio habló sin miedo. Sabe de la necesidad de diálogo en Nicaragua, de la situación de sufrimiento de su pueblo y del acompañamiento como pastor.

¿Por qué cree usted que el Papa Francisco pone a san Romero de América como referencia de la dimensión política del cristiano?

La figura de Mons. Romero abre una perspectiva nueva para releer lo que debe ser el ministerio episcopal. Romero fue un hombre profundamente espiritual. Se alimentaba del Evangelio tanto como de la escucha del sufrimiento del pueblo. Él decía que su primer profeta era la gente. Hizo un esfuerzo extraordinario por escuchar al pueblo tanto como a Jesús en el Evangelio. Esa fue su mística, realmente extraordinaria. Llegó a decir que la palabra de Dios sólo es verdadera cuando entra en contacto con la realidad. Antes no es más que un texto muerto, manipulable incluso ideológicamente. Para él, la Palabra adquiría carne y vida solo en contacto con la realidad. Por eso digo que Mons. Romero era un hombre profundamente místico.

Además, Mons. Romero vio con claridad que la Iglesia no es una institución más en la sociedad. Para él, la Iglesia es un misterio que brota de la voluntad de Jesús y que, desde ahí, tiene una palabra que decir en la sociedad. Por eso, luchó siempre para que no se confundiese a la Iglesia con un grupo ideológico concreto o con una opción política particular. Para él, la Iglesia era, ante todo, portadora y testimonio vivo de la Palabra del Evangelio.

Pero lo original de Romero es que esta profunda experiencia espiritual de Iglesia y de Cristo la vivió en contacto con el sufrimiento del pueblo. Romero escuchó a los pobres, a las víctimas. Vivió al ritmo de la historia que en aquel momento vivía El Salvador. Esa síntesis de profecía y de mística es realmente lo que hace e Romero una figura sumamente actual. Creo que es un modelo de obispo para los tiempos que estamos viviendo. También para los obispos de Nicaragua, por supuesto.

Llama la atención que todavía sea hoy una figura controvertida. Lo fue estando vivo, lo fue después de muerto y lo sigue siendo hoy. Quizá el hecho de que no sea totalmente aceptado por todo el mundo sea uno de los signos que demuestran la autenticidad de su palabra y de su testimonio. Ante su figura, las personas tienen que definirse, tomar posición. Eso demuestra que su opción evangélica está más allá de cualquier ideología y que la pone de manifiesto cuando entra al contacto de su pueblo.

Recuerdo cuando decía que la voz del pobre es la voz de Dios. Esta opción personal suya se convirtió en la perspectiva desde la que releyó toda la Revelación y desde la que se planteó su ministerio episcopal. Por eso creo que es una figura mística y profética que nos abre una perspectiva nueva para nuestro servicio a la Iglesia como obispos. 

A la Vida Religiosa se le han añadido a veces diversos calificativos: es profética, liminal, etc. ¿Que adjetivo le pondría hoy a la Vida Religiosa? 

El adjetivo que pondría sería el de “profética”, en el sentido de que debería ser significativa para el momento histórico en el que vive. Esto obliga a los religiosos a plantearse continuamente su vocación, a releer permanentemente su espiritualidad, a hacer una autocrítica humilde y honesta de su significatividad en el momento en que vive. Es muy difícil definir la profecía. Lo típico de la profecía es que sea signo de la salvación de Dios, del proyecto salvador de Dios para la humanidad en cada momento histórico. Por eso una vida consagrada “profética” nunca será una vocación totalmente definida en la Iglesia, sino en continua adaptación y movimiento. En fidelidad creativa.

Antes del Concilio Vaticano II se decía que lo propio de la vida consagrada era la radicalidad en la vivencia de los consejos evangélicos –en mi opinión, la radicalidad es propia de todo discípulo de Jesús–. Pero, en realidad, creo que lo más típico de la vida consagrada es ser signo. Por eso la principal misión de la vida consagrada es vivir la consagración. Y hacerlo desde lo concreto de la vida. Es decir, a partir de la propia existencia personal de cada consagrado y del testimonio de la comunidad religiosa. Eso es lo mejor que la vida religiosa puede ofrecer hoy al mundo: su propia existencia, independientemente de las misiones concretas que cada instituto va a realizar según su carisma.

Toda vida consagrada desde el inicio, desde el momento que nace, es y ha de ser testimonio vivo del Evangelio, ha de ser profeta. Luego eso se traduce en formas concretas en cada momento histórico. Ese es el gran reto que tiene delante la vida consagrada: que nunca está definida del todo. Precisamente esa flexibilidad le da a la vida religiosa un lugar propio y peculiar en la Iglesia.

Y poniendo esta idea de la vida religiosa “profética” en relación con Mons. Romero, diré que estoy convencido, como fruto de mi formación bíblica y del conocimiento de los profetas en la Biblia, y como hijo de una tradición espiritual tan rica como es la tradición del Carmelo, de Santa Teresa y San Juan de la Cruz, de que los auténticos profetas son siempre místicos. En la raíz de la profecía sólo puede haber una experiencia profunda del misterio. Eso lo imprescindible del profeta. En lo más hondo de la vocación profética está esa empatía con los caminos de Dios, ese haber sido tomado por Dios y vivir en sintonía con su voluntad y su proyecto de salvación. Por eso, no hay profeta sin una auténtica y profunda experiencia mística.

Dicho desde otro punto de vista: la mística bíblica y la mística cristiana son necesariamente proféticas. Habrá otras místicas, por ejemplo las que vienen de oriente. Tienen un valor innegable a nivel de experiencia del misterio. Pero la mística que nace de la tradición bíblico-cristiana necesariamente tiene que ser profética porque no es más que la experiencia de un Dios que se ha manifestado en la historia hasta el punto de hacerse uno de nosotros y que realiza su proyecto de salvación en la historia concreta

Así como entiendo la vida consagrada “profética”: una vida con raíces profundamente místicas y con una profecía comprometida con la historia concreta a favor de la liberación, de la salvación de la humanidad.

En sus estudios, he visto que da mucha importancia al valor del silencio. ¿Qué valor puede tener hoy el silencio?

Mi tesis doctoral fue sobre el silencio en los libros hebreos del Antiguo Testamento. Fue una tesis fundamentada en el léxico hebreo, a partir del terreno más firme de la Biblia que son las palabras. A partir de un estudio lexicográfico quise llegar a conclusiones teológicas, espirituales y pastorales. Nunca nadie antes había estudiado el silencio en la Biblia desde esta perspectiva. Tras acabar la tesis, llegué a la conclusión de que el silencio es un fenómeno profundamente humano. Cuando se habla del silencio, todos entendemos porque todos sabemos lo que significa callar o verse obligado a callar. Y todos conocemos por experiencia las distintas formas que adquiere el silencio en la vida humana. Es un fenómeno universal.

De la Biblia se desprende algo que se constata también en la vida: el silencio no es ni positivo ni negativo. Al silencio le da valor y significado la intención del que calla. Y solo es positivo cuando propicia la comunión, cuando abre a la relación. Cuando no es así, el silencio es una experiencia deshumanizante y empequeñecedora.

Pero hay momentos en que el silencio es positivo: el silencio prudente, el silencio leal, el silencio de quien entra en sí mismo en un proceso de introspección, el silencio de la oración para un encuentro con Dios más allá de las palabras. El silencio más típicamente positivo es el silencio de la escucha: cuando se calla para ceder la palabra a otro: someto al silencio mis palabras para que las de los demás existan.

Pero cuando, por ejemplo, se calla por complicidad en un delito o cuando se calla por temor a no comprometerse o cuando en la sociedad se reprime y se coarta la libertad o el silencio de quien le niega la palabra al otro negando así su existencia –es como decir “te niego la palabra porque para mí tú no existes”–.  Esos son silencios negativos.

En síntesis: el silencio no es ni negativo ni positivo. Depende de su intención y del contexto.

Es curioso que en la historia de la Iglesia ha habido tiempos que se ha exaltado el silencio como un valor en sí mismo. Se pensaba que la persona silenciosa era más espiritual. Personalmente vengo de una tradición en donde el silencio es muy importante. Es la tradición del Carmelo, de santa Teresa y san Juan de la Cruz. Pero la misma santa Teresa, que valoraba mucho el silencio en la oración, decía también que “deudo y amistad se pierden con la falta de comunicación”. Es decir, entre amigos y parientes el silencio puede hacer que se pierdan las relaciones.

El silencio no es ni positivo ni negativo. Si ayuda a la comunión, es positivo. Si aísla y no favorece las relaciones, es negativo. En este sentido, el silencio es igual a las palabras. Dependen de la intencionalidad y de los efectos que produzcan.

Hacer este estudio sobre el silencio me proporcionó una clave de lectura para toda la Escritura. Descubrí que tan importante es leerla desde la palabra como desde el silencio. Cuando uno se acerca a la Biblia, se da cuenta de que un altísimo porcentaje de la experiencia bíblica está marcada por el silencio. Desde los lamentos de los Salmos (“Señor, ¿por qué callas?”) hasta el silencio de Dios en el huerto de los olivos o el grito de Jesús en la cruz (“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”). La experiencia del silencio es una clave fundamental de lectura en la escritura y en la vida humana.

Escuchando su charla en el simposio organizado por la revista Vida Religiosa me llamó la atención el momento en que dijo que en todo diálogo puede haber una manipulación por alguna de las partes ¿es este un miedo que se percibe en Nicaragua?

Lo que teme la población es que este diálogo que se ha abierto para solucionar una crisis, en vez de llegar a una solución justa, que redunde en el bien común, nos lleve finalmente a arreglos en la cúpula, a pactos a espaldas del pueblo… Arreglos que, como dice el Papa Francisco, favorezcan a una minoría que no está dispuesta a renunciar a sus privilegios.

Este miedo nace en Nicaragua porque en el pasado ya se han dado pactos de este tipo. En Nicaragua no tenemos una cultura democrática ni dialogante. Por eso, el pueblo está alerta, no vaya a ser que ocurra lo mismo.

Hay una mayor confianza en los diálogos de los últimos días debido precisamente a la presencia de los obispos, que en Nicaragua han sido siempre muy bien valorados y aceptados por el pueblo. 

Ahora el pueblo tiene esperanza en que se ha abierto un camino por el que es posible que se lleguen a encontrar soluciones. Por nuestra parte, por los obispos, hemos hecho lo posible por no defraudar a la gente. Es difícil mantener un equilibrio, pero se está intentando.

Pero la situación ha cambiado. El pasado 4 de marzo la Conferencia Episcopal de Nicaragua emitió un comunicado explicando que ya que las partes implicadas en el diálogo, el gobierno y el grupo de oposición de la sociedad civil, no habían solicitado su presencia en el diálogo, los obispos no participarían en estas nuevas negociaciones. La Conferencia Episcopal entiende, por tanto, que la presencia de los obispos no es imprescindible en estas negociaciones.

Desde el comienzo del diálogo hasta este momento, las dos partes en conflicto habían solicitado la presencia de los obispos como mediadores. Era un papel que no era propio nuestro, de los obispos, sino más bien político pero que asumimos como un servicio evangelizador, como un servicio de pastores, porque las dos partes lo habían solicitado. En esta ocasión no lo han solicitado y, por tanto, nos retiramos y nos dedicaremos a nuestra misión pastoral.

Asumimos ese papel de mediadores en medio de un conflicto político por necesidad pastoral. Porque las encuestas de los últimos años demuestran que la Conferencia Episcopal es la institución más creíble, por no decir la única, en el país. (*)

(*) Esta entrevista con Monseñor Silvio Báez fue anterior a la información que el día 5 de marzo apareció publicada en el periódico ‘El Nuevo Diario’ de Nicaragua, la cual llevaba por titular “Obispos de Nicaragua son invitados formalmente a participar en el diálogo”.

https://www.elnuevodiario.com.ni/nacionales/487153-dialogo-nicaragua-obispos-conferencia-episcopal/

Más tarde, al concluir el miércoles de ceniza, el Card. Brenes confirmó que Alianza Cívica por la Justicia y la Democracia y el Gobierno le hicieron una invitación formal para participar en la mesa del diálogo como testigo. Pedían, además, que eligiera a dos asesores más de la Conferencia Episcopal, los cuales serán nombrados este próximo viernes 8 de marzo por los obispos de Nicaragua.

https://www.elnuevodiario.com.ni/nacionales/487271-asesores-leopoldo-brenes-dialogo-crisis-nicaragua/

 

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