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A Juan Cabo Meana (1953-2016) y con él a miles de misioneros/as que han dado su vida en y por América

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XABIER PIKAZA | Murió hace un año (27. 8. 2016) y quiero “celebrar” su aniversario, con la gente de Gijón, su tierra, con sus feligreses de Ferrol, sus amigos de América, sus hermanos de sangre (¡un recuerdo, Carmen!), sus compañeros claretianos...

Le recuerdo de un modo especial ahora, tras bajas del avión de Argentina y montar de nuevo para México (4.9.2017) con cansancio y nostalgia agradecida, por Juan y por miles de misioneros/as de España que a lo largo del siglo XX marcharon y han sido allí decenio tras decenios hermanos y amigos, compañeros y testigos de Jesús entre los más pobres.

La Iglesia hispana del siglo XX ha sido rica en contradicciones (ha estado demasiado de parte del sistema) y de martirios (decenas de miles fueron asesinados por cristianos)... ha creado instituciones como el Opus Dei y las Comunidades Neocatecumenales, con los Cursillos de Cristiandad, ha tenido obispos de líneas diferentes de Pla i Daniel a Tarancón, de Rouco a Inhiesta... Pero su mayor grandeza ha sido la entrega de miles y miles de misioneros y testigos hispanos, llenos de fe y humanidad cristiana, que han actuado en todo el mundo, y en especial en América Latina. Entre ellos recuerdo hoy admirado, agradecido a Juan Cabo Meana.

Así lo he sentido en Argentina y lo siento en México donde estoy. Me sigue llegando al alma el latido fresco de vida y el calor de su entrega, con el recuerdo de cientos de compañeros y amigos que en la segunda mitad del siglo XX cambiaron de tierra, y fueron allí, tras-terrados, los mejores testigos que he podido conocer de humanidad y cristianismo, desde el Rio Grande hasta la Tierra de Fuego, en México y Centroamérica, en Perú, Brasil, Bolivia etc. En esos y otros países les he visto y he convivido con ellos, en viajes y estancias diferentes por aquellas tierras.

No puedo recordar a todos, pero en nombre ellos (en especial de mis compañeros mercedarios) elevo mi canto a Juan, al año de su muerte. No me gusta llamarle “santo”, pero lo era, y con él han sido santos cientos y cientos de “misioneros y misioneras”, que fueron a dar gratis lo que eran y tenían, empezando por su vida.

Ésta es una página para recordar y celebrar, ahora que lamentamos la escasez de un tipo de vocaciones religioas, ahora que pensamos que se cierra un ciclo de vida misionera de la Iglesia. La segunda mitad del siglo XX (quizá todo el siglo XX) ha sido la gran era de la misión evangelizadora y de colaboración social de miles de “misioneros” hispanos, que han escrito una de las páginas más gloriosas de la iglesia y de la vida hispana.

En nombre de todos, te saludo hoy, Juan.

Juan había nacido en Nació en Castiello, Bernueces de Asturias (1951). Fue misionero en Perú de costa a selva, en cuerpo y alma, durante 22 años (1982-2004). Allí aprendió teología, allí se ordenó presbítero, allí entregó su vida al servicio de la vida de los demás, de los más pobres, de los perseguidos y amenazados, muchas veces en medio la gran guerrilla, siendo siempre para todos, es decir, cristiano.

Volvió a España el 2004, y ha sido en estos últimos años superior de la comunidad claretiana de Ferrol, párroco de pueblos y aldeas, siempre al servicio de la vida de los demás, como un niño sorprendido por el don de la vida que es de Dios, es decir, que es nuestra y que nosotros muchas veces malgastamos.

Así le describe un amigo

Juan tenía la disposición para escuchar al prójimo y aprender de él, de creer en las personas hasta el exceso, por eso nos acompañó a los amigos, y fue capaz de ofrecernos su mejor palabra, porque siempre estaba dispuesto a escuchar, como había escuchado en los caminos de la selva de Perú a todos los iban y venían en medio del gran riesgo.

Nunca le tentó el poder, ni en América ni en España, a pesar de que al final de su vida tuvo en Ferrol como obispo a un amigo claretiano. Sabía que la vida es un riesgo, y así se arriesgó hasta el exceso por los caminos de América, volviendo con la salud “tocada” tras 20 años de entrega sin límites, sin horarios, siempre para todos.

Era de corazón grande y generoso, como cientos y cientos de misioneros hispanos, hombres y mujeres (sobre todo mujeres), misioneros claretianos o mercedarios, franciscanos, dominicos..., testigos de Jesús, sin más autoridad que el amor y la palabra, por los caminos y calles de América. Nunca buscó el poder, y sin poder vivió y ha muerto, entregado en oración y vida al Dios que vive en los pobres, al Dios de todos los hombres y mujeres, es decir, a los hombres y mujeres en Dios.

Tuve el honor de que me quisiera (y quisiera a Mabel), porque le pareció que era un poco como él, aunque yo había seguido en una pequeña universidad burguesita de España mientras él pateaba los caminos de América. Había leído varios de mis libros, y por ellos también me buscaba.

Así me ponía de vez en cuando un correo, preguntándome sobre temas muy concretos del infierno de este mundo y de los cambios de la Iglesia, del futuro del cristianismo y de nuestro testimonio de creyentes, con la vida en sus ojos, con su estilo fuerte, su vocabulario intenso (¡lleno de expresiones claras y castizas!), con su inmenso mar de amor de fondo, mar abierto para todos, verde de esperanza.

Era amigo de los pobres a los que dedicó su vida, incluso estando enfermo, en los últimos meses, sin querer reconocerlo, sin tiempo para sí, con todo su tiempo para los demás, cientos que llamaban a la puerta de su vida para recibir consejo, para escuchar siempre una voz de ánimo y ayuda.

No le vi demasiado, pero le vi y traté con intensidad, en la plaza de Amboage de Ferrol, en una casita de comidas de la costa de la ría, donde nos invitó a comer (¡era siempre rápido en lo bueno, intenso en la generosidad!…). Murió hace un año, y siento el hueco y presencia de su muy profunda.

En los quince días de Argentina le he recordado mucho… y pienso seguirle recordando aún más en las próximas semanas de México, pues van quedando cada vez menos testigos directos de Jesús como era él, testigos de vida y humanidad, entre la gente, con la gente, a pecho descubierto, con el alma siempre por delante.

Juan, un canto a la vida

Juan, tu presencia se agranda y purifica con el tiempo, tus ojos se vuelven más limpios (¡siempre lo fueron!), tus palabras sobre el evangelio, la teología y la iglesia se vuelven cada vez más vivas…Has sido una bendición, y contigo han sido bendición cientos y miles de misioneros hispanos, varones y mujeres, de la OCSHA y de diversas órdenes y congregaciones, seglares y presbíteros, hombres y mujeres de Dios, que han dado lo mejor por las tierras de América.

Bendito tú, Juan, por haber sido quien eras… y por serlo todavía al año de tu muerte, esto es, de tu nueva vida. No hace falta que te “canonicen”, ni que pongan tu nombre en las televisiones, porque está escrito en el Libro de la vida de Dios y del Cordero, en nuestros corazones.

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